Yo fui un capricho con fecha de caducidad y ahora mi vida no es vida. Día tras día desde hace años me pregunto que fue lo que hice mal para acabar aquí esperando que alguien venga a rescatarme.
Si quieres conocer la historia de mi vida sólo tienes que seguir leyendo, aunque es muy posible que hayas escuchado cientos como lo mía.
Era un cachorrillo. Vivía feliz con mi madre y mis hermanos. Un buen día llegó una familia y todos y cada uno de ellos se apresuraron a cogerme en brazos y acariciarme. Volvieron a visitarme unas cuantas veces más. Días después me llevaron a su casa. Allí tenían preparado «mi rincón» con una preciosa cama llena de juguetes.
Al principio era el centro de su atención. Todo lo que hacía les parecía gracioso. Me llevaban de un lado a otro. Todos querían pasear y jugar conmigo. Me presentaban orgullosos como un miembro más de la familia. Me compraban cosas y más cosas. Dormía feliz de puro agotamiento.
Pronto entendí que fui una adquisición más, un capricho consentido. Sólo hicieron falta un par de meses para que la novedad, es decir, yo, dejara de resultar interesante.
Ya no salía tanto a la calle y aunque esperaba y esperaba para hacer pis, se me escapaba en casa. La boca de dolía horrores porque me estaban saliendo dientes nuevos. Mordía todo lo que encontraba y, la verdad, es que no siempre fueron los juguetes que me habían comprado. Me aburría porque en todo el día no tenía planes. Ya nadie jugaba conmigo. Tampoco me llevaban al parque para encontrarme con otros perros.
Rápidamente lo que hacía pasó de ser gracioso a provocar gritos de los que yo no entendía ni un guau.
Cada vez menos espacio en el que moverme en casa, menos paseos, más soledad y cuando me dedicaban su tiempo era para decirme cosas que no entendía y en un tono que me asustaba.
Siempre esperaba impaciente su llegada. Llegada que pasó de ser sinónimo de mimos, paseos y juegos a una total indiferencia, sólo interrumpida por alguna que otra riña. Aun así yo me esforzaba por complacer, aunque está claro que no supe hacerlo.
El día que cumplí ocho meses ya estaba en la perrera porque «no era compatible con su estilo de vida». De eso han pasado años ya, no sé cuantos. Y aquí sigo esperando una oportunidad. Mi tamaño, edad y pelaje negro dicen que no ayudan mucho. Sigo esperando con ilusión a esa persona que quiera conocerme. Que me dé la oportunidad de aprender a convertirme en parte de su vida y que esté dispuesta a aprender a formar parte de la mía.
Sólo se trata de un COMPROMISO, de tenencia responsable, algo sencillo y complejo a la vez ¿no crees?