Noël, mi viejito, se fue. Tan solo hacía un mes que su veterinario me dijo que estaba malito. La enfermedad se precipitó vertiginosamente y viví sin duda uno de los momentos más tristes de mi vida al llevar a mi pequeño para evitar que sufriera, que tuviera dolor. Dicen que amar es dejar marchar… y me tocó demostrarle lo mucho que lo quería.
Noël en el último día de tu vida me diste tu última gran lección, permitiendo y justo antes de partir, que tu tía María con los ojos llenos de lágrimas nos hiciera estas preciosas fotos, cuando mi corazón estaba roto de dolor y tú sólo tenías ganas de descansar.
Me has regalado toda tu vida. Demostraste, hasta el último momento, ser el mejor compañero que se puede desear, tanto para mí como para los loquillos que se fueron incorporando a nuestra ya numerosa familia.
Si tengo que resumir nuestros doce años de convivencia sólo se me ocurre una palabra: GRACIAS.
Gracias por mostrarme otra forma de amar. Gracias por enseñarme a ser mejor persona. Gracias porque me has acercado a personas maravillosas. Gracias por ser el mejor compañero en todo tipo de aventuras. Gracias por enseñar que no todos los perros son iguales. Gracias por esperarme, por alegrarte siempre al verme, por quererme. Gracias por perdonar todos los fallos de una mami novata y luego mami de familia numerosa.
Gracias. Gracias. Gracias. Jamás podré decir que dejas un hueco en mi corazón pues siempre estarás en él.
Cada vez que prepare una maleta sonreiré recordando tu habilidad para ir quitando lo que yo ponía en ella. Siempre que me suba a un avión te buscaré entre las nubes para saludarte otra vez.
Esta tarde te dormiste en mis brazos como tantas veces, pero para no despertar jamás.
¡¡¡Noël gracias por formar parte de mi vida!!!
Ni te imaginas lo que te voy a echar de menos. D.E.P. Compañero.
Tu huella permanecerá siempre en mí.